Los organismos modificados genéticamente (OMG) son parte de la vida de animales y humanos desde hace décadas. Esto no quiere decir que sean aceptados; al contrario, existe una pugna y polémica relacionada con grandes consorcios como Monsanto y Bayer, basada en acusaciones graves por efectos secundarios en las cosechas y la salud humana; alegatos que van y vienen, ya en manos de la administración de justicia

En todo caso, los OMG o simplemente transgénicos son utilizados para cosechas importantes en el mundo como la soya, el maíz o algodón. Tres rubros clave en la alimentación y desarrollo no solo de las personas (en elaboración de harina, panes y bollería o pastelería) sino también de cerdos, vacas y aves de corral.

Los cultivos y alimentos transgénicos contienen genes de bacterias en un amplio abanico de posibilidades, entre los que se investigan los genes de ratones en cerdos, genes de pescado en tomates y hasta -supuestamente- genes humanos en arroz.

El cruce de los principales ejemplares de diversos rubros alimenticios se ha utilizado por años para buscar mejorar el producto. Sin embargo, la discusión que actualmente envuelve elementos éticos se orienta a dilucidar si se deben realizar las mezclas que hoy en día son objeto de denuncias en varios continentes.

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El punto clave es que los transgénicos marcan una diferencia crucial y es que obvian las barreras entre especies, y probablemente se mezclan hasta genes humanos con los de la naturaleza o de los animales.

La ingeniería genética no es la culpable

Los transgénicos tienen dos características fundamentales: son resistentes a las plagas y tolerantes a los herbicidas. Sin embargo, sucumben a las temporadas de sequía como cualquier cosecha no transgénica.

Entre los argumentos negativos de quienes defienden la agricultura y ganadería tradicional están que los transgénicos no son más productivos y mucho menos más nutritivos. De hecho, las semillas de productos transgénicos –como las del tomate o los pimientos– no sirven para volver a plantar, pues al germinar la planta no da frutos.

En cuanto a los plaguicidas transgénicos, en particular el glifosato, arrastra a sus espaldas un centenar de estudios que muestran los efectos secundarios en los suelos, animales y humanos. La alta toxicidad de dicho producto está ampliamente demostrada, en la opinión de entendidos. Adicionalmente, se ha comprobado que desencadena procesos de adaptación de plagas y malas hierbas, que resultan resistentes a los agroquímicos y arruinan los terrenos para el cultivo.

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La ingeniería genética, a partir de la cual han surgido los transgénicos que tanta polémica y, probablemente, daños han causado, no es la culpable. Sus aportes en el campo de la medicina o la investigación básica son altamente positivos. Quedan entonces por analizar los principios éticos que habrían evadido las grandes corporaciones en esta industria.

GFCh

Con información de agencias y medios especializados

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