Este valor o, mejor dicho, esta virtud va de la mano con la empatía, la justicia y el reconocimiento de los derechos de los demás. La solidaridad permite colocarse en el lugar del otro para entender lo que puede estar sintiendo, necesitando o sufriendo y actuar para ayudarle.
La transmisión de este valor a temprana edad ayuda a formar a los niños para una sociedad más humana y compasiva. Un gran paso se alcanza cuando al niño se le ayuda a comprender que no debe hacer a otros lo que no querría que le hicieran a él. Es un gran avance hacia la solidaridad que, de forma directa, se relaciona con la justicia, la equidad, el respeto.
Los niños pueden aprender a valorar a sus semejantes desde el hogar, en la socialización diaria, al compartir los deberes en casa, ayudar a otros con sus tareas y ofrecerse de manera espontánea para cumplir una función específica. La solidaridad, como se puede apreciar, implica una cuota de sacrificio y responsabilidad.
Con este aprendizaje el niño puede ver la situación desde la situación del otro y ayudar a modificar circunstancias desfavorables. La función de los padres es dar el ejemplo con pequeñas acciones positivas que luego son reforzadas por los maestros.
La solidaridad se enfrenta a contravalores como la envidia, la intolerancia o la ambición, que llevan a las personas a evadir la situación del otro para alcanzar sus metas.
Valor o virtud para toda la vida y en beneficio de todos
En su vid diaria, el niño se relaciona con otros que buscan imponer su propio criterio por la fuerza física o verbal, buscando acaparar toda la atención y demostrando un comportamiento no solidario.
A menudo se habla de ser solidario con personas desconocidas, anónimas. Y también desde el anonimato. Pero la solidaridad debe iniciarse en casa; los padres deben enseñar a sus hijos a ayudar en el núcleo familiar con pequeñas acciones. Pero es fundamental que también se le transmitan otros valores asociados a la solidaridad, como la generosidad, la bondad y el amor.
Esta enseñanza resulta más necesaria en el mundo actual, donde la competitividad -muchas veces desplegada desde una perspectiva poco constructiva y desleal- prevalece ante la ética, el egoísmo sobre la moral, la violencia sobre la compasión. Sin duda, los padres y maestros son los guardianes del comportamiento de los niños en el futuro, al ayudarles a reflexionar sobre cada acción diaria y sus consecuencias.
MP
Con información de otros medios y agencias