Cada país cuenta con mesas de negociación, organismo de resolución de controversias y asociaciones que se encargan de manejar hasta las más pequeñas diferencias entre ciudadanos.
Para realizar su labor de manera imparcial es fundamental observar la ética tanto personal como profesional. El negociador tiene por delante la responsabilidad de escuchar los argumentos de las partes para luego ofrecer una solución sustentada en los valores de la moral, justicia, honestidad.
El profesional en este campo debe apegarse a un procedimiento sustentado en tácticas éticas que le ayuden a alcanzar los objetivos con el fin de dar una respuesta eficaz y libre de prejuicios a los involucrados en un conflicto o negociación
En el perfil de un negociador, que no siempre se ocupa de disputas entre personas sino que también actúa en conflictos comerciales (incluso internacionales), destacan características como: formación profesional en este campo, capacidad para la toma de decisiones, mente abierta, conocimiento de las leyes, visión proactiva, sentido común, capacidad para el trabajo en equipo, sentido de la justicia y la equidad.
La generalización que ha llevado a encasillar a los negociadores como gente corrupta se basa en la aplicación de tácticas poco éticas como el hecho de disuadir a las partes; ocultar, exagerar o manipular, entre otros. Al respecto, es importante advertir –sin embargo- que estas prácticas son aceptadas en el desempeño del negociador para alcanzar sus objetivos.
En todo caso, el negociador tiene un papel crucial que debe estar basado en principios éticos y que considere el beneficio para todas las partes.
Finalmente, y tomando en cuenta que en cada cultura existe un conjunto de normas para definir lo “bueno” y lo “malo”, esta es una materia que el negociador debe conocer de antemano para realizar su trabajo.
GFCh