Vivimos en un mundo que cada vez más exige del individuo un talento innovador y creativo que le permita afrontar los retos que los cambios representan y, al mismo tiempo, relacionarse exitosamente con quienes le rodean; estas habilidades implican libertad de expresión y de pensamiento, libertad para crear y desarrollar ideas originales. La educación, bien entendida, debería actuar como una guía, un faro orientador que permita al individuo encauzar y sacar el máximo provecho de sus habilidades y potencialidades, sin reprimir estas libertades.

Desafortunadamente, la realidad actual es muy distinta. No obstante el vertiginoso avance que ha venido experimentando el mundo en los últimos tiempos, en la mayoría de nuestros países la educación ha ido quedando rezagada, anclada en conceptos y metodologías que constituyen un freno, un lastre que impide el desarrollo y la expresión del pensamiento libre y la creatividad del educando; una educación así no tiene otro resultado más que el de formar individuos reprimidos, sin más objetivo que el de convertirse en una masa maleable y utilitaria dentro de una sociedad de consumo.

Cuando la educación tiene como único fin la mera transmisión de información, con un docente que actúa como simple “facilitador” para el acceso del alumno a esa información, se está negando una cualidad fundamental del ser humano: el pensamiento. En tales circunstancias, el sistema educativo es un instrumento de represión de las ideas y de su libre intercambio y discusión, un sistema en el que aprender a pensar no es parte del objetivo; lo que se busca, en este caso, es la formación de individuos que aprendan a obedecer y a producir, a ser “rentable” y a cumplir con sus obligaciones, porque eso es lo único que dará valor a su existencia.

Un sistema educativo como éste siempre contará con un programa pragmático en el que conceptos como “competencia” y “desempeño” sean la base de su diseño, perfectamente amoldado a un esquema de eficiencia corporativa y control organizacional, para el cual es necesario un individuo dócil y manejable.

Este tipo de sistema no permite el libre desarrollo del pensamiento de los alumnos, de modo tal que el estudiante no adquiere la capacidad de cuestionar la formación y la información que se le están dando, así como debatir lo que se espera de él en el futuro. En este sistema lo que se espera del educando es obediencia, de manera que los dóciles son recompensados mientras que los rebeldes son castigados, todo lo cual queda reflejado en el perfil de egreso del estudiante, sólo aquel que adquirió las cualidades que de él se esperaban obtendrá una carta de buena conducta al graduarse.

Pese a que esta forma de educación aún está presente, también está presente el esfuerzo crítico que busca cambiar este estado de cosas, para devolverle al individuo la libertad de crear y darle plena vigencia al libre pensamiento y a la libre expresión de las ideas.

Con información de elheraldodechihuahua.com

LB

 

Análisis crítico: Cuando la educación no permite aprender a pensar
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