Uno de los infortunios más serios que padece el mundo actual es el incremento de la delincuencia y la inseguridad personal, pero no se trata sólo de que haya cada vez más delincuentes, sino de que cada vez son más jóvenes; adolescentes, incluso niños, que roban, matan, trafican con sustancias ilícitas, y se suman al creciente número de individuos que atentan contra la vida y la sociedad de diferentes maneras.

Delincuencia infantil y juvenilEntre las causas de este fenómeno se encuentra, en primerísimo lugar, la falta de educación y la falla en la enseñanza de valores; si al niño no se le inculcan desde pequeño valores y virtudes como la honradez, la dedicación al trabajo, el estudio, la responsabilidad, el respeto y la solidaridad, cuando no se le enseña el valor de la vida, tanto la propia como la de los demás, el respeto al derecho y a la propiedad ajenos, ese niño no tendrá frenos ni barreras que lo protejan de ceder ante la tentación, sea por curiosidad, por rebeldía, por necesidad, por la expectativa del dinero fácil o por el deseo de obtener la aceptación de un determinado grupo.

Como indican los viejos libros de formación moral y cívica, la familia es la célula fundamental de la sociedad, y es cierto: es la familia el primer núcleo social al que pertenece el niño, es su primera  escuela y su primera fuente de socialización; la familia es la llamada a crear en el niño una escala de valores éticos y morales, a enseñarle los comportamientos que deben adoptarse para vivir en sociedad, enseñarle a desarrollar el control subjetivo de sus actos, y cuáles son las consecuencias de sus acciones, tanto las positivas como las negativas.

Cuando el niño no recibe ninguna de estas enseñanzas, cuando en el hogar no existe una figura de autoridad que lo guíe y lo supervise, cuando no se le enseña a obedecer desde pequeño sino que se le deja a su libre albedrío y se le permite que haga su voluntad, o cuando los padres están ausentes y el niño se ve obligado a asumir tareas que a su edad no le corresponden, aumentan las posibilidades de que adopte conductas desviadas.

Lo mismo sucede cuando en el seno del hogar se vive en un ambiente de violencia interpersonal, rechazo, modelos paternos antisociales, crianza basada en un sistema de castigo y recompensa, conflictos, agresiones, alcoholismo, a menudo fomentados por el hecho de tratarse de una familia numerosa o disfuncional. Desarrolla entonces una actitud agresiva, de desafío y rebeldía, por la que el joven decide actuar como le plazca sin aceptar que nadie le contradiga, incluso la autoridad.

Una autoestima elevada es importante porque incrementa y afianza en el niño la capacidad de perfeccionar sus habilidades naturales y aumenta su seguridad en sí mismo. Si, por el contrario, su autoestima es baja, sobre todo en la etapa de la adolescencia, se desarrolla en el joven un sentimiento de derrota y de fracaso que lo impulsa a cometer acciones negativas, como una forma de expresar que nada le importa.

Todo lo anterior se ve potenciado si el menor presenta una personalidad alterada, con trastorno antisocial, hiperactividad, neurosis o angustia. Desarrolla entonces un gusto por la crueldad y una falta total de sentimientos de culpabilidad; se vuelve explosivo, sin lógica ni justificación, lo cual empeora si se encuentra bajo la influencia del alcohol o las drogas.

Esto es lo que  opinan y en lo que coincide la mayoría de los expertos, tanto quienes abordan el tema desde el campo de la psicología y la educación, como quienes lo hacen desde las ciencias penales y la criminalística, con foco en la prevención. Pero es un problema de todos los ciudadanos más allá del trabajo del Estado y la academia. El dar amor a los niños y jóvenes, el inculcar valores desde pequeños, el predicarles desde el correcto ejemplo, es un deber y responsabilidad ciudadana, en cada hogar y en cada familia.

LQ

Educación y familia, claves para prevenir la delincuencia infantil y juvenil